jueves, 17 de marzo de 2011

Padre

Padre es un buen tipo. Padre me heredó mucho más que Madre, el aparente carácter impasible, el sentido agudo del humor, el descaro cínico, eso que la gente llama colmillo. Eso lo saqué de Padre. Éramos buenos amigos, cuando era niña le pedía que me llevara a comer helados y me gustaba estar con él. Padre fue un buen padre. Lo es todavía.

A los seis años Padre me enseñó una lección dolorosa que aún llevo como un estigma. Vivíamos en Guadalajara y Padre tenía una pequeña empresa que se dedicaba a hacer trajes de baño, de pronto, con el TLC recién firmado la industria textil nacional, como muchas otras, se vino abajo al no poder competir contra toda la mercancía que llegaba del extranjero. Padre quedó en bancarrota con una hija de seis años y un bebé recién nacido. Decidió irse a la Ciudad de México a buscar trabajo, nos dejó a Madre a Fede y a mí en Guadalajara en lo que terminaba mi ciclo escolar. Recuerdo la tarde en la que Padre me dijo que iríamos a comer a dónde yo eligiera, fuimos por unas pizzas y ahí estaban mis abuelos, luego pasamos por un helado y cuando me acabé el helado de fresa en barquillo Padre me dijo que se iría esa misma tarde a México, que nosotros lo alcanzaríamos después. Me solté en un llanto incontenible. Padre me entregó un sobre cerrado con una carta (porque como yo, ay Padre si soy tu copia exacta, no sabe hablar de lo que siente si no es por escrito) en esa carta venía el estigma que llevo, que me repito por las mañanas antes de salir de la cama "a veces tenemos que hacer cosas que no queremos hacer." Era una carta de despedida, era un disculpa por algo que no era su culpa. Padre le pedía perdón a su hija por irse a otra ciudad para que ella pudiera seguir comiendo helados y yendo a una escuela privada y pudiera ir a la universidad y elegir la carrera que ella quisiera. Padre se sentía culpable.

Lo alcanzamos en México, vivimos con mis abuelos un tiempo y después nos cambiamos a un pequeño departamento y de ahí comenzó nuestro éxodo de casa en casa hasta que Padre tuvo dinero suficiente para comprar una casa propia. Ya casi no éramos amigos. Padre trabajaba mucho, viajaba todo el tiempo, pasaba meses en otras ciudades y regresaba con montones de regalos: nuevas disculpas por preocuparse por nosotros. A veces pienso que Padre es un hombre muy triste, con muchos dolores que no sabe cómo sacar. Nos distanciamos y para cuando él ya tenía tiempo yo ya era una adolescente con novio y vida aparte: ya nunca nos volvimos a encontrar.

Hace seis años que dejé la casa de mis papás, desde entonces, cada vez que veo a Padre y hablo con él siento que nos vamos alejando más y más, que cada vez son menos las cosas en las que coincidimos, que él se vuelve cada vez mayor y más necio. Me doy cuenta que Padre es falible y que cada vez nos comprenderemos menos. Sin embargo, aún tengo ese amor infantil y absoluto, un cariño de cachorro hacia él. A veces hay momentos en los que volvemos a ser los mismos de antes y nos entendemos y volvemos a sentir ese lazo especial, pero son momentos especiales por lo esporádicos. Yo sé que Padre también me extraña, yo sé que él también sabe que perdió una parte de mí y que le duele. Pero también sé que Padre me quiere con ese instinto enorme y abrasador con el que yo lo quiero a él.

Ahí lo tienes Freud, soy una Electra cualquiera.