No puedo escribir. No puedo. Es decir, puedo escribir, claramente puedo escribir: puedo escribir esto o tomar el reverso de la nota de la lavandería y escribir "ya nada se mueve" o "*comprar pan" y eso, hay que decirlo, es una gran ventaja, porque aunque me olvide de comprar pan y me quede sin sándwich de lomo en la cena (los trozos de lomo solos en un plato), entretengo la hipergrafia. Hipergrafia es ese modo elegante para hablar de aquel lugar común de la necesidad física de escribir. Porque uno suena como un auténtico e insoportable pedante cuando dice que siente una urgencia física por escribir; incluso cuando, en efecto, se sienta.
En efecto lo siento. Y me lleno de cuadernos y de plumas que no pueden ser cualquier pluma sino las de la marca que me gusta en el color que me gusta porque pienso que si tengo muchos cuadernos y muchas plumas nunca faltará donde escribir. Pero termino siempre en el reverso de la nota de la lavandería, en el ticket del Oxxo porque pienso, inútilmente, que los cuadernos con sus pastas duras y sus hojas blanquísimas habría que reservarlos para escribir otras cosas: cosas que valgan la pena. ¿Qué vale la pena? No lo sé.
No puedo escribir. Es decir, puedo escribir cualquier cosa, pero no puedo Escribir, así, en mayúsculas. No es uno de esos (otro término pedante) bloqueos del escritor porque, seamos honestos, no soy una escritora. Más bien es eso: no puedo escribir nada que me haga sentir que soy una escritora. A veces, puedo escribir cosas que me hacen pensar que podría, si fuera más disciplinada, si leyera más, si no tuviera tantos vicios, si contara mejores historias, llegar a ser una escritora. Hace meses que ni eso. No puedo.
Pero la necesidad ahí sigue y si uno tiene que estar escribiendo siempre, si uno tiene que estar poniendo as y eles y puntos y comas para tratar de sacarse algo (y por sacarse algo no se piense que hablo de algo concreto, sino, más bien, de algo que no se puede decir y mucho menos escribir porque se siente únicamente como una urgencia inefable), mejor tratar de escribir cosas que valgan la pena. ¿Qué vale la pena? No lo sé. Es un ciclo que se me queda pegado por varios meses y que me deja confinada a las frases pequeñas y crípticas, a las notas circunstanciales, a escribir planas enteras con mi nombre, a trascribir una y otra vez la misma cita que, puede o no, significar. Y uno piensa que está desperdiciando su hipergrafia, que qué tontería, que sería mejor aprender a vivir sin escribir.
Pero no se puede.