miércoles, 14 de agosto de 2013

Ansiedad


(Algunas notas)

En El búho ciego de Sadeq Hedayat leí, sin comprenderlo en el momento, una de las descripciones más certeras de la ansiedad:

Cuando, acostado en mi lecho húmedo y maloliente, ya me pesaban los párpados y una vez más iba a entregarme a la nada y a la noche eterna, todos mis recuerdos borrados, todos mis temores olvidados se reavivaban. Tenía miedo de que las plumas de mi almohada se convirtieran en hojas de puñales; miedo de que el botón de mi chaleco se volviera desmedidamente grande, del tamaño de la rueda de un molino; miedo de que un pedazo de pan se cayera al suelo y se hiciera añicos como si fuese de cristal; miedo de que, cuando me durmiese, el aceite de la lamparilla se derramase y ardiera la ciudad entera; miedo de que las patas del perro de la carnicería, al correr, sonaran como los cascos de un caballo, miedo de que el viejo chamarilero se echase a reír y reír sin parar; miedo de que se me petrificaran las manos; miedo de que la lombriz del charco que había en el patio se transformara en una serpiente india; miedo de que mi lecho se convirtiese en una lápida, de que pivotara sobre sus bisagras hasta darse por completo la vuelta y me acerrojara tras sus dientes de mármol; miedo de que, entonces, la lápida ahogara mi voz y de que, por mucho que gritase, nadie viniera a socorrerme…

La ansiedad es, sobre todo, esa sensación monstruosa de que todos los objetos a nuestro alrededor crecen desmesurados, grotescos. Pensé eso, alguna mañana, sentada en mi patio mientras veía aterrada (como el personaje de Hedayat) a una lombriz retorciéndose en el charco de la lluvia del día anterior. Algo en esas contracciones, en esos movimientos desarticulados e inútiles me desasosegaba. La lombriz crecía, como esos dinosaurios de goma que, cuando era niña, metía a una cubeta para ver cómo multiplicaban varias veces su tamaño.

Con la ansiedad el mundo pierde proporciones: los espacios se reducen y los objetos se agigantan asfixiándonos. La asfixia: hay que hablar de la asfixia. Una de las cosas que me han quedado clarísimas en todos estos años de ansiedad constante es que, sobre todo, tengo un tórax. De pronto, mis costillas, todas ellas, las verdaderas, las falsas y las flotantes; mis pulmones; mis cartílagos, que imagino de la misma carne que la lombriz; mi corazón con sus arterias; todo lo que es y contiene mi tórax crece irremediablemente como queriéndose salir por mi boca. El cuerpo se sale del cuerpo. Temblor. Hay que jalar aire, hay que inflar el tórax para darle más espacio a todo lo que está creciendo adentro.

 “Es como si le subieran el volumen y el brillo a todo”, le dije a un amigo el otro día. No sé cómo más describirlo: es como caer, de pronto, en una hipérbole total. Todo, hasta el crujido más mínimo, es motivo de alerta. Las voces, los ladridos de los perros a lo lejos, la música sofocada de una fiesta a un par de cuadras: todo se vuelve un único sonido aturdidor. Y la gente: gente que camina por la calle, que va hacia el trabajo o regresa a su casa, el guardia del negocio de enfrente que me saluda amistoso, las muchachas en bicicleta, los borrachines instalados en la banqueta: demasiado. Es como recibir muchísimas señales de radio en una única estación. Es un aturdimiento intenso que nos hace querer gritar o estrellar algo contra el suelo cancelando el barullo. También dan ganas de salir corriendo.

*ALTO*


/RESPIRA/ Pero respira de verdad, consciente de ello. Siente el aire que va abriendo espacio dentro del cuerpo. Déjalo ir. Siéntelo de nuevo /RESPIRA/Y las manos. ¿Qué hacer con las manos?, con esos girones torpes de carne que se tornan helados y temblorosos. ¿Qué hacer con las manos?, sacudirlas, enredar una en la otra, meterlas en los bolsillos sólo para sacarlas de inmediato. Qué gran responsabilidad esta de tener manos.
/CAMINA/ De aquí hacia allá/ de allá hacia acá/ CAMINA/ Traza una línea y camínala una y dos y quince veces. /RESPIRA/ ¿Y las manos?/ RESPIRA/ de acá para allá/RESPIRA/ CAMINA/ MUÉVETE/ hay que moverse porque, de pronto, sin saber muy bien por qué, el cuerpo se puso en estado de alerta y hay tanta energía, tanta sensación de riesgo que genera más y más adrenalina que hay que moverse, hay que agotarse, engañar al cuerpo/ MUÉVETE/ de allá hasta más allá/ y más allá/ y más/ y de vuelta/ CAMINA/RESPIRA/ ¿Las manos?/RESPIRA/
 
*ALTO*


Luego, de a poquito, los sonidos, los tonos, el mundo, va regresando a sus proporciones. Queda sólo un cansancio seco y pesado. Restos apenas notorios del temor, de la angustia. Y un nuevo temor, recién nacido: la certeza de que esta no será la última vez que ocurra. Volverá a ocurrir, ocurrirá de nuevo, o puede ser que aún no haya terminado de ocurrir, que esté ocurriendo todavía, que no vaya a parar nunca.


Alto, tranquila, respira.