(Algunas notas)
En El búho ciego de Sadeq Hedayat leí, sin
comprenderlo en el momento, una de las descripciones más certeras de la
ansiedad:
Cuando, acostado en mi lecho
húmedo y maloliente, ya me pesaban los párpados y una vez más iba a entregarme
a la nada y a la noche eterna, todos mis recuerdos borrados, todos mis temores
olvidados se reavivaban. Tenía miedo de que las plumas de mi almohada se
convirtieran en hojas de puñales; miedo de que el botón de mi chaleco se
volviera desmedidamente grande, del tamaño de la rueda de un molino; miedo de
que un pedazo de pan se cayera al suelo y se hiciera añicos como si fuese de
cristal; miedo de que, cuando me durmiese, el aceite de la lamparilla se
derramase y ardiera la ciudad entera; miedo de que las patas del perro de la
carnicería, al correr, sonaran como los cascos de un caballo, miedo de que el
viejo chamarilero se echase a reír y reír sin parar; miedo de que se me
petrificaran las manos; miedo de que la lombriz del charco que había en el patio
se transformara en una serpiente india; miedo de que mi lecho se convirtiese en
una lápida, de que pivotara sobre sus bisagras hasta darse por completo la
vuelta y me acerrojara tras sus dientes de mármol; miedo de que, entonces, la
lápida ahogara mi voz y de que, por mucho que gritase, nadie viniera a
socorrerme…
La ansiedad es,
sobre todo, esa sensación monstruosa de que todos los objetos a nuestro
alrededor crecen desmesurados, grotescos. Pensé eso, alguna mañana, sentada en
mi patio mientras veía aterrada (como el personaje de Hedayat) a una lombriz
retorciéndose en el charco de la lluvia del día anterior. Algo en esas
contracciones, en esos movimientos desarticulados e inútiles me desasosegaba.
La lombriz crecía, como esos dinosaurios de goma que, cuando era niña, metía a
una cubeta para ver cómo multiplicaban varias veces su tamaño.
Con la ansiedad el
mundo pierde proporciones: los espacios se reducen y los objetos se agigantan
asfixiándonos. La asfixia: hay que hablar de la asfixia. Una de las cosas que
me han quedado clarísimas en todos estos años de ansiedad constante es que,
sobre todo, tengo un tórax. De pronto, mis costillas, todas ellas, las
verdaderas, las falsas y las flotantes; mis pulmones; mis cartílagos, que
imagino de la misma carne que la lombriz; mi corazón con sus arterias; todo lo
que es y contiene mi tórax crece irremediablemente como queriéndose salir por
mi boca. El cuerpo se sale del cuerpo. Temblor. Hay que jalar aire, hay que
inflar el tórax para darle más espacio a todo lo que está creciendo adentro.
“Es como si le subieran el volumen y el brillo
a todo”, le dije a un amigo el otro día. No sé cómo más describirlo: es como
caer, de pronto, en una hipérbole total. Todo, hasta el crujido más mínimo, es
motivo de alerta. Las voces, los ladridos de los perros a lo lejos, la música
sofocada de una fiesta a un par de cuadras: todo se vuelve un único sonido
aturdidor. Y la gente: gente que camina por la calle, que va hacia el trabajo o
regresa a su casa, el guardia del negocio de enfrente que me saluda amistoso,
las muchachas en bicicleta, los borrachines instalados en la banqueta:
demasiado. Es como recibir muchísimas señales de radio en una única estación.
Es un aturdimiento intenso que nos hace querer gritar o estrellar algo contra
el suelo cancelando el barullo. También dan ganas de salir corriendo.
*ALTO*
/RESPIRA/ Pero
respira de verdad, consciente de ello. Siente el aire que va abriendo espacio
dentro del cuerpo. Déjalo ir. Siéntelo de nuevo /RESPIRA/Y las manos. ¿Qué
hacer con las manos?, con esos girones torpes de carne que se tornan helados y
temblorosos. ¿Qué hacer con las manos?, sacudirlas, enredar una en la otra,
meterlas en los bolsillos sólo para sacarlas de inmediato. Qué gran
responsabilidad esta de tener manos.
/CAMINA/ De aquí
hacia allá/ de allá hacia acá/ CAMINA/ Traza una línea y camínala una y dos y
quince veces. /RESPIRA/ ¿Y las manos?/ RESPIRA/ de acá para allá/RESPIRA/
CAMINA/ MUÉVETE/ hay que moverse porque, de pronto, sin saber muy bien por qué,
el cuerpo se puso en estado de alerta y hay tanta energía, tanta sensación de
riesgo que genera más y más adrenalina que hay que moverse, hay que agotarse,
engañar al cuerpo/ MUÉVETE/ de allá hasta más allá/ y más allá/ y más/ y de
vuelta/ CAMINA/RESPIRA/ ¿Las manos?/RESPIRA/
*ALTO*
Luego, de a poquito,
los sonidos, los tonos, el mundo, va regresando a sus proporciones. Queda sólo
un cansancio seco y pesado. Restos apenas notorios del temor, de la angustia. Y
un nuevo temor, recién nacido: la certeza de que esta no será la última vez que
ocurra. Volverá a ocurrir, ocurrirá de nuevo, o puede ser que aún no haya
terminado de ocurrir, que esté ocurriendo todavía, que no vaya a parar nunca.
Alto, tranquila,
respira.