domingo, 26 de diciembre de 2010

Fede

Fui hija única el tiempo suficiente como para inventarme un amigo imaginario. Recuerdo que mis padres con frecuencia me preguntaban si no quería un hermanito. No, yo quiero un perro rojo. Un perro rojo y un perro rojo. A mis papás les resultó más fácil y más divertido hacerme un hermano que buscarme al perro. A los cinco años y medio conocí a mi hermano. Era un bebé feo, largo, flaco y rojo como el perro imposible.

Este es tu hermano, Ale. Y yo lo veía y supe en lo instintivo y en lo animal que iba a quererlo y a cuidarlo siempre. Más o menos como al año del nacimiento de mi hermano desapareció mi amigo imaginario. No recuerdo haber sentido alguna vez celos, sólo recuerdo que el bebé me parecía una criatura más bien primitiva: gateaba por toda la casa, comía tierra de las macetas, se comía mis crayones y se reía una y otra vez de la misma cara boba.

Cuando éramos niños peleábamos todo el tiempo. Recuerdo luchas maratónicas que terminaban con alguno de los dos llorando con marcas de mordidas por todos lados. Sin embargo, me gustaba estar con él. Durante casi dos años dormí todos los días en una cama improvisada en su cuarto. Nos quedábamos viendo películas hasta quedarnos dormidos, jugábamos carreras de carritos y nos poníamos a inventar monstruos que dibujábamos, coloreábamos y guardábamos celosamente en un portafolio de plástico rojo. Le enseñé a meter las galletas con chispas de chocolate en el microondas por diez segundos para que se derritiera el chocolate pero la masa no se aguadara, le enseñé a mezclar la plastilina para obtener nuevos colores y le enseñé cuándo era que los regaños de mi mamá sí iban en serio.

Mi hermano tiene dieciocho años y es veinte centímetros más alto que yo. Me ayuda a bajar cosas de estantes que están demasiado arriba para mi 1.64, me lleva en su coche a rentar películas y el otro día me invitó a cenar unas hamburguesas bien chingonas. De pronto, yo me volví la menor.

Esta fue la primer navidad de mi vida que no pasé con él. Y no es que la navidad signifique mucho para mí, pero estuve triste. Lo extrañé. Tenía tantas ganas de ir y contarle mis nimiedades, porque él siempre lo comprende todo y me escucha con una calma infinita cuando, muy pacheca, le cuento qué es lo que me parece tan sensacional de tal o cual canción. Sobre todo, cuando algo me angustia y me duele, nada hay como ir con él y contárselo y pareciera que otra vez coloreamos esos monstruos y los archivamos para siempre en el portafolio rojo.

Ese fulano es sensacional, si me dieran a elegir, antes que un perro rojo, elegiría un hermano. Mi primera opción sería el bebé de Eraserhead, pero si me limitaran a seres humanos, no dudaría un segundo y sería a ese mismo cabrón al que elegiría.

Sí, soy una cursi de mierda. Y qué.

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