Nunca supe tener amigas. El universo femenino se me presenta como una incógnita engorrosa que no he querido resolver. Cuando en la noche salgo a algún bar acompañada de mis amigos y, allá lejos, en la mesa del fondo, veo a un grupo de muchachas que ríen estrepitosamente subidas en sus tacones y mostrando sus piernas perfectas, tengo el impulso de correr, de alejarme de ellas. No verlas. No logro comprender cómo funcionan esas amistades. Desde niña siempre me mantuve entre hombres -maestraza en incendiar árboles de navidad, jugar vencidas, abrir chelas con encendedores y en entender el lenguaje secreto para indicar que una morra está chida.
Nunca me interesó tener amigas, tuve un par de ellas, por casualidad, en la secundaria en la preparatoria, a las que quiero infinitamente y de las que tal vez, algún día, les cuente. Pero esto va de Mariel, de el accidente más acertado que me pudo ocurrir jamás. La conocí el primer día en la universidad, salíamos de una plática introductoria y, como para librarnos de la tensión de caminar hacia el mismo sitio sin saber de qué hablar, se nos cruzó una oruga. Una oruga verde y enorme. Me detuve a verla y ella se detuvo junto a mí, no sé qué habremos comentado sobre ella. Y así, como sin quererlo, por un proceso orgánico y natural, nos fuimos haciendo amigas.
Por primera vez en mi vida había alguien que me invitara a pasar la noche en su casa para hablar sobre chicos y sobre ropa y sobre literatura. Sobre todo sobre literatura. Ahí estábamos, las dos, comprando vestiditos floreados mientras nos destornillábamos de risa inventando poesía bucólica. Ahí las dos, bien borrachas, haciendo cruces por la calle mientras nos preguntábamos con qué escritor nos gustaría coger.
Junto a Mariel vi muchas cosas por primera vez: un montón de mujeres orinando en el campo oscurecido, una muralla medieval y triste que albergaba a un hombre quemado que bailaba tocando el pandero, una bebida en una copa encendida, la cara desencajada de un amigo en luto, una ciudad ajena y lluviosa repleta de pájaros y gente triste, la luminosidad verde y diminuta que el mar deja en la arena, un museo repleto de objetos que me erizaban el cuero. Esos recuerdos y los que desembocan de ellos están ligados profundamente a Mariel.
Hace poco menos de un año, Mariel, mi amiga, casi parte de mi cuerpo, se fue a vivir a España. No la veo desde entonces. A veces nos enviamos correos largos y ridículos, hablamos por Skype o nos dejamos notas en Facebook o me da estrellitas en Twitter. No basta. Nunca basta. Ni toda la tecnología del mundo vale una tarde con ella, sentadas en los portales de Cholula, tomando un café que se enfría por la plática. Ni una pila enorme de correos equivale a las tazas de vino caliente con azúcar y canela que bebíamos en invierno. La extraño, la extraño con una fuerza meteorológica, de tornado o de tormenta. Y la admiro. Admiro sus ojos que todo el tiempo renuevan el mundo, admiro con qué facilidad toma un montón de letras y las vuelve algo hermoso, admiro como se queda callada, escuchando hasta el final, para dar siempre una opinión acertada, brillante, como un destello efímero y perfecto. Me alegra tanto que esté allá, del otro lado del mar, abriéndose una vida a codazos y siendo feliz. Pero no por eso la extraño menos.
Sólo eso. Hace un momento cayó una tormenta y recordé esas tardes largas que pasábamos hablando de nada, tejiendo unas largas cobijas de esa misma nada y abrigando con ellas todas las angustias que podíamos tener atoradas en el pecho. Cómo me gustaría que el mundo se encogiera o que mi bolsillo se agrandara para poder ir a seguir viendo primeras veces de la vida junto a ella.
Te quiero tanto, tortuguita taruga.
Quería poner algo que no fuera trillado, pero no pude. Muy bien dicho, así.
ResponderEliminarHace poco menos de un año, el 13 de agosto de 2010, mi compañera de primeras veces, murió, hoy leyendo tu blogg, pensé en ella más que siempre, y sé que nunca tendre otra primera vez que compartir con Sandy. Así que espero que tu y Mariel, se reencuentren y vayan a mas primeras, cuartas o décimas veces juntas.
ResponderEliminarGracias por los recuerdos, que no son mios pero se parecen a ellos.
Trois Rouge.
Ni aunque pase todo el tiempo para mi, voy a extrañarlas menos. Qué lindo texto. Laura
ResponderEliminar:') miau
ResponderEliminarA mí también me recordó a mis amigos muertos, lindo texto!
ResponderEliminarEres encantadora. :)
ResponderEliminarAmé este post.
ResponderEliminar(qué agradable sorpresa toparme con este blog)
=)
Hermoso.
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