Por la ventana del avión vi los Andes, vi el aeropuerto de Santiago de Chile acercándose y, unas horas más tarde, lo vi hacerse diminuto nuevamente a través de la ventanilla. Aterricé en Ezeiza de día. Bajé del avión y ahí estaba él esperándome. Nos fumamos un cigarro afuera del aeropuerto, le pegaba la nariz helada a los cachetes. Estaba contenta.
En el taxi veía por la ventana cómo íbamos entrando a Buenos Aires, él no paraba de hablar, me reía. Acá en México teníamos nuestros problemas pero ahora estábamos en otro hemisferio, ahora estábamos empezando otra vez. Ahora teníamos seis meses -tiempo suficiente- para reconstruir nuestra relación que estaba despostillada por todos lados. Al principio nos quedamos en un hostal colorido y paseábamos todo el tiempo. Éramos jodidamente felices.
Nos mudamos a un departamento pequeñito y acogedor. Sabíamos que tendríamos que mudarnos de nuevo porque la renta era demasiado cara. Pero la idea de tener un techo y una cocina y una cama grande para los dos nos tenía contentos. En la habitación había una ventana con una gruesa persiana de madera que oscurecía el cuarto. Traté de abrir la persiana pero estaba atascada, se lo comentaríamos a la casera.
A veces pasábamos el tiempo imaginando qué habría detrás de aquella ventana tapiada.
-Un parque.
-Un jardín con una fuente.
-Una gran vista de la ciudad.
-Un parque, un jardín con una fuente y una gran vista de la ciudad.
De pronto, como si también hubieran volado desde México, pero un poco más demorados, regresaron nuestros problemas. Él estaba obsesionado con la idea de aprovechar al máximo la ciudad, lo preocupaba a tal grado que era casi una obligación divertirse, pasarla bien, salir por las noches, conocer gente. Yo trataba de convencerlo de que todo aquello debería ser un proceso más orgánico, que si no se lo tomaba como obligación las cosas llegarían solas. Nos fuimos deteriorando en un arrastrarnos el uno al otro echos bultos de los bares a la casa. Estábamos del carajo, estábamos tristes.
De pronto dos años de vivir juntos se nos quebraban en las manos. Allá, lejos de todos, lejos de mi mamá que me dijera "no pasa nada, mija, ya verás como todo se va a poner mejor", lejos de los amigos con los que podía salir a quejarme y a sacarme el encabronamiento. De pronto nos caíamos en cachitos ahí dónde nadie podía recogernos.
Una semana antes de dejar el departamento llegó la casera con un hombre que arreglaría la persiana. Estuvo trabajando un buen rato en el cuarto. Él y yo estábamos en la sala, jugamos por última vez a adivinar qué habría del otro lado. Yo pensaba que dejaríamos ese departamento, que nos cambiaríamos al otro, pequeñito pero que prometía nuevamente un inicio.
-Ya quedó su ventana chicos.
Entramos emocionados a asomarnos por la venta. La ventana daba a un muro. Lo único que veíamos por la ventana era un pinche muro. Adentro también sólo podíamos ver eso.
Duramos juntos un par de meses más. A veces pienso que si hubiera habido un jardín las cosas hubieran sido un poquito diferentes.
Triste, hermosa, colorida historia. Reflejo de buenas emociones (solo ¿"Andés"?).
ResponderEliminarChale, gran resbalón. Gracias, ahora lo cambio.
ResponderEliminarsí. apostaría por eso. habría sido distinto con un árbol al otro lado de la venta. con media docena de esos lorillos argentinos que aún en invierno se despiertan temprano. pero no había cabida a la frustración y ese muro fue la muestra de eso. Me gusta leerte.
ResponderEliminarmierda! se dice ventana!
ResponderEliminarApreciada Ictericia, ¿cuándo vas a juntar todos tus pensamientos y frases e historias en un libro, o por lo menos panfleto o folleto mas fácilmente comercializable, y cuándo lo vas a vender -solucionando a la vez tu impasse monetario- y en dónde?
ResponderEliminarTal vez, traspasando ese muro habría un jardín verde con olores y sensaciones, libres de amor y de pecados infantiles, tal vez habría dos personas mirando hacia la ventana que ahora esta ahí, cuando antes solo hubo madera, ahora desde afuera podían ver una celda, en donde dos personas nunca se conocieron, o en donde dos personas de pronto de tanto conocerse, cambiaron…
ResponderEliminarSiempre es bello leer a alguien que se atreve a exteriorizar emociones propias. Tu vida es una novela.
ResponderEliminarAlguien enamorado de tu redacción.