jueves, 3 de noviembre de 2011

Radiografía

¿Quién eres? ¿Qué eres? ¿De qué estás hecha?


 Desorden disociativo de despersonalización, dijeron los médicos luego de varias consultas (porque te animaste a ir a una consulta cuando comenzó a darte miedo). Has leído el artículo de Wikipedia quinientas veces, has revisado el DSM cada vez que piensas que tienes que acostumbrarte a esto. A veces, cuando bebes de más, terminas contándole a un amigo lo extraño que se siente el no estar en tu cuerpo, siempre parecen asombrados, incluso, el idiota aquel, ese al que le interesaba la meditación, te dijo que te envidiaba.

No poseer tu cuerpo es no poseer nada. Lo has sentido toda la vida. O, mejor dicho, no lo has sentido nunca. Naciste fuera de tu cuerpo. Naciste dividida. A veces, no te das cuenta y hablas en plural y la gente piensa que es una excentricidad, una maña estilística afectada que se te pegó en algún lado. Pero no hay nada de eso. Hablas en plural porque eres plural. Eres uno de esos monstruos que están hechos de pequeños monstruos. Y te da miedo hablar de eso, porque todo mundo parece saberse y piensas que se asustarán, que dirán que estás loca y no tienes, ni remotamente, la genialidad que se necesita para quedarte cómoda si te llaman loca.  En algún lado leíste que es común que la gente con el desorden tenga miedo de estar loca.

Y antes de que los médicos lo dijeran, de que pudieras nombrarlo y compartirlo con el porcentaje de la población que lo siente, tuviste que explicártelo. Tuviste que inventarte una radiografía. Decir: este es mi cuerpo y de esto estoy hecha. En fragmentos, por partes, porque no lo entiendes de ningún otro modo. Terminaste creando un zoológico interno.

Primero fueron los peces. La vida en ti también viene del agua. Los peces y lo que implican. Te diste cuenta que tenías la cabeza llena de peces, que eras -sobre todo- un algo hecho de peces. Los peces son lo intangible: lo que piensas, lo que sientes. Peces de colores que brillan y saltan erráticos cuando no puedes dormir y te pierdes en abstracciones viendo al techo. Un acuario hermoso y efervescente que se te despierta en el pecho cuando te sientes viva.

Luego vinieron las hormigas. Las hormigas sirven para recordarte que eres un cuerpo. Que no sólo eres una cosa que piensa. Eres un cuerpo que se llenará de hormigas, que se descompondrá. Eres, sobre todo, un ser orgánico. Tuviste que tatuarte dos en la espalda para que, cuando te reflejes en el espejo, recuerdes que eres un cuerpo. Que toda tú eres alimento. Que no hay diferencia entre la que siente frío o la que toca una mano o entre la boca que toca otra y lo que piensas. Que tu cabeza es parte de tu cuerpo. Tú eres tu cuerpo.

Y las bestias. Bestias que son mitad aves y mitad felinos. Bestias que se comen a sí mismas y que me habitan en el tórax, que rasguñan desde dentro. Las siento rasgando tras las costillas, subiendo por la garganta. Las siento volviéndose locas y precipitándose en una estampida que ni peces ni hormigas pueden detener. Ellas son las cabronas. A veces trato de mantenerlas encerradas, de dejarlas en sus jaulas hermosas, pero jaulas al fin. Siempre se escapan. Rasguñan y chillan de pronto, cuando estoy cruzando la calle o cuando veo un comercial en la televisión. Ellas son las que me hacen sentir menos en mi cuerpo. Cuando aparecen las panteras embravecidas y aladas, cuando las escucho gruñir, dejo mi cuerpo. Entonces no soy. Entonces sólo soy mitad pantera y mitad ave. Entonces no estoy en ningún lado.

Un zoológico. Creaste un zoológico para explicarte. Te habitaste de bestias, te dividiste. Y tu explicación, ni qué decir, te parece más certera que la de cualquier manual.

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