martes, 10 de enero de 2012

Deseo

Hace un par de días me encontré a un amigo que no veía desde la secundaria, poniéndonos al corriente me preguntó si todavía seguía escribiendo. Le dije que sí, que seguía escribiendo, que dejé de hacerlo un tiempo pero que últimamente lo he retomado. Me preguntó sobre qué escribía; por lo general, cuando me preguntan eso, contesto ya sin pensarlo: escribo sobre desencuentros, sobre alienación. Sin embargo, esta vez me detuve un poco y contesté que escribía sobre el deseo. De inmediato mi amigo imaginó relatos eróticos, no, no es eso, le dije, escribo sobre el deseo y su imposibilidad. De eso escribimos todos. Has de ser una persona enojada, me contestó medio bromeando. Tal vez sí sea una persona enojada, pero de eso no quiero hablar ahora, quiero hablar de la imposibilidad del deseo, o en todo caso de mi relación con el deseo, porque qué sé yo de universales.

Deseamos. Todo el tiempo deseamos. Cuando dejamos de desear el mundo pierde su dimensión y se vuelve irreal, de nada sirve hacer un carajo si no deseamos. A mí algunas veces me pasa; le tengo terror al deseo porque le tengo terror a su imposibilidad, entonces se me hace más fácil dejar de desear. No desear ir a la tienda a comprar cigarros, no desear salir de la cama ni quedarme en ella, no desear ver gente ni estar sola, no desear enamorarme, no desear siquiera sexualmente. Me siento entonces como un cadáver flotando en el Ganges, sin control de nada, sin querer tener el control de nada, un cuerpo inerte que es arrastrado según los caprichos del río. El mundo se convierte en cartón, todo se hace utilería. Todos los actos se quedan vacíos de sentido, simples cascarones huecos.

Esa gente que cada año nuevo hace una lista con propósitos no hace más que desear. Yo nunca he hecho semejante cosa, no le veo sentido. Este año, sin embargo, me hice un único propósito: deseo desear. Todo empezó, como todo debe empezar, en el sexo. Hace poco le contaba a mi terapeuta sobre un vato y un episodio cotidiano, en medio de una conversación, en el que de pronto me sentí completamente animal. Yo, mujer de veinticuatro años, estaba sintiendo deseo de una manera reconocible e inédita. Lenta pero segura. Como además de este asunto soy más bien torpe para las relaciones sociales, no hice nada y me quedé muy quietecita en mi silla siguiendo la conversación mientras sentía la estampida estallándome en el cuerpo. Pero me gustó. Es decir, esa sensación única, ese arrebato animal, me gustó por sí misma. Desear es chido, concluí y escribí un poemilla más bien malo al respecto. No, no me malinterpreten, no estoy diciendo que antes de ese momento haya sido una morra frígida incapaz de disfrutar y buscar las cosas deseables de la vida, es sólo que siempre lo intelectualizaba, era una especie de deseo falso y paralelo que estaba más en la construcción de imágenes que en la sensación animal y primaria del deseo.

Y bueno, eso, que estoy en contra de ese otro deseo paralelo y malévolo, ese deseo construido con cuidado, artificial, de goma. Que ya sentí una vez al deseo partiéndome a la mitad y que me gustó sentirme animal. Que deseo con todas mis fuerzas desear como loca. No sé como aprende uno a desear, debe ser una cosa natural que hacemos desde niños, sin pensar en ello y sin preguntarnos cómo se hace. Sé que mi propósito es tan inverosímil como aprender a dormir o a comer, pero deseo, con todas mis fuerzas desear y me parece que eso ya es un gran avance.

4 comentarios:

  1. Hace poco deseé atropellar a alguien, así, como un animal, sin carro, sin bicicleta, sin patineta; sólo deseé atropellarla conmigo, y atropellarme al mismo tiempo.
    Somos cobardes.

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  3. tan remota y tan cercana a la vez me es tu escritura. mismos pensamientos, gracias por inspirarme a desear un poco más.

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  4. ME QUEDO CON ES PARTE: "Deseamos. Todo el tiempo deseamos. Cuando dejamos de desear el mundo pierde su dimensión y se vuelve irreal, de nada sirve hacer un carajo si no deseamos."

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