martes, 21 de febrero de 2012

Nido

A finales del año pasado se me empezó a descomponer el cuerpo. Toda la vida he sido enfermiza, pero ahora todo me iba fallando de a poquito. El asunto, después de un par de medicamentos, resultó en hacer una desintoxicación de varios días. Sin comer, sin beber y sin fumar. Sólo bebiendo suplementos y agua con sabor a medicina diluida. Es curioso, hasta ahora no me di cuenta que me relaciono oralmente con el mundo. ¿Para qué salir si no podía ni fumar ni comer ni emborracharme? ¿Caminar?, claro, pero eso va con varios cigarros para medir distancias. Como soy un poco obsesiva me planteé la desintoxicación como una especie de encierro.

   Si bien recibí a un par de amigos e hice algunas visitas, me dediqué por poco más de diez días a estar en casa. Sólo Luvina y yo, nadie más. Alguien, que ahora creo era Salvador Novo, dice en un ensayo que los hospitales y el campo son los únicos lugares en los que nos podemos permitir escaparnos de la modernidad. Tenía razón. No estuve en el hospital pero me excusé con el organismo débil y volví mi casa un pequeño nosocomio campestre, una casa de retiro prematuro. Me sentó de maravilla.

   Con los años he aprendido a estar sola y le he ido agarrando gusto. Creo que tener tiempo para uno es de los grandes placeres de la vida. ¿Que qué hice? Nada. Una absoluta y rotunda nada que se me fue en leer un par de libros, terminar películas que tenía a medias, escuchar mucha música y ponerle orden a mi recetario de cocina. También empecé a escribir una novela que me estaba dando vueltas desde hace varios años y que pinta para ser uno de esos proyectos que naufragan para siempre.Todos deberíamos tener una novela en proceso que pinte para no acabarse nunca.

   El caso es que volví mi casa un nido y ahora casi no quiero abandonarlo. Este pequeño retiro, como de hospital o campo, este silencio falso (porque no es silencio: el camión del gas sigue sonando, mis vecinos siendo una familia escandalosa y malhablada y la noche Cholulteca sigue detonándose en miles de cohetes) y reconfortante me parece un asilo precioso. Una cueva cálida e iluminada de la que me permito salir sólo cuando lo considero necesario. Mi casa, mi nido, mi madriguera donde me oculto de la vida que sigue ocurriendo allá afuera, donde la gente se sigue muriendo y sigue atorándose en el tráfico y comiendo en oscuros galerones. No sé luego, pero por el momento, me podría quedar internada para siempre.

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