domingo, 9 de enero de 2011

Familia

Siempre me ha parecido una cursilería afectada eso de que los amigos son familia que uno elige. Sin embargo es casi verdad, sólo que uno tampoco los elige, los amigos llegan y se imponen. Ya están elegidos desde nuestro modo de ser, supongo.

A los 18 años recién cumplidos dejé la casa de mis papás y me vine a vivir a otra ciudad en la que no tenía lazos con nadie. Vine con mi novio de entonces con quien corté a los pocos meses. Me quedé absolutamente sola.

El día que corté con Manuel (¡Hola Manuel!), decidí que no dejaría que mi tirazón a la mierda cambiara mi rutina: llegué muy puntual a mi clase de Modelos Literarios: Épica, caja de Kleenex en mano y llorando incómoda y en silencio. La Divina Comedia, de eso era la clase y eso parecía. Del otro lado de la clase dos pares de ojos me veían angustiados. Saliendo, ella y él me invitaron al cine, fuimos a ver un documental sobre la Franja de Gaza pero yo sólo tenía ojos para decantarlos en mis Kleenex. Ya no me separaría de esos dos fulanos. Mariel y Beto fueron, por mucho tiempo, lo único a lo que podía aferrarme con ciega confianza. Luego llegaron otras personas.

Pienso que lo que tengo con ellos es un lazo fortísimo, comparable, únicamente, al lazo que siento con mi familia. La situación de ellos era similar a la mía: gente sola en un lugar donde no conocían a nadie. Un par de años después conocimos a Voi, un biólogo neurótico y ácido que se ganó mi corazón a la primer ironía. Luego Bodo, un mexico-alemán que adopta perros callejeros y es el mayor conocedor de música del mundo.

Estoy de mudanza, sacando papeles viejos, metiéndolos en cajas. Mi historia aquí es mi vida con ellos. Bodo me ayudó hoy a pasar unas cosas de una casa a la otra y, en un acto cotidiano, comentábamos a los demás. De pronto pensé que era domingo, que la gente pasa el domingo con sus familias y que justo eso estaba haciendo: soy una muchacha apegada a su familia.

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